Estamos viviendo tiempos difíciles, como señalaba Charles Dickens en la novela de ese título, donde se refería a la situación creada por la creciente industrialización que se producía en la Gran Bretaña de mediados del siglo XIX. La dificultad de nuestro tiempo viene dada desde hace algo más de una década, cuando la quiebra de Lehman Brothers desencadenó una gravísima crisis financiera. Luego llegó la pandemia y ahora la invasión de Ucrania por las tropas de Putin, cuyas últimas repercusiones, más allá de atacar a un país soberano que desea tomar sus propias decisiones y que ha provocado muertes, dolor, huidas masivas y destrucción, no estamos todavía en condiciones de evaluar.
En estas circunstancias, difíciles, se están produciendo situaciones en el seno del gobierno español, donde está instalada la extrema izquierda, de ideología comunista, tan peligrosa como la extrema derecha, que ciertamente llaman la atención.
Desde el giro, verdaderamente copernicano, de Sánchez anunciando que sólo se enviarían a Ucrania armas defensivas a pasar al envío de armas ofensivas, así como desde las terminales mediáticas de la Moncloa decirnos que no se había producido un cambio de postura en la decisión del presidente del gobierno, tratando de hacernos comulgar con ruedas de molino.
Está claro que el cambio de postura no se debió a presiones de los comunistas que forman parte de su gobierno y que no se atreven a enfrentarse a Putin, un nostálgico de la URSS, no en balde fue agente de sus servicios secretos, porque están a su lado como revelaron, junto a otros extremistas, en su votación en el parlamento europeo para acelerar la entrada de Ucrania en la Unión. La presión a Sánchez le vino de Borrell quien, en un discurso contundente, señaló que, no se olvidarían de quienes no estuvieran a su lado. Sánchez corrió a rectificar su posición y estos días se muestra más atlantista que Stoltenberg, viajando a Letonia para visitar a las tropas españolas allí destacadas cuando antes afirmaba que el ministerio de Defensa debía ser eliminado.
Sus socios de gobierno han llamado «partidos de la guerra», a aquellos que apoyan el envío de armas a Ucrania. No llaman de esa forma al agresor, a Putin, y manifiestan su rechazo a las decisiones del presidente del gobierno. Cuando se dan esas circunstancias solo caben dos soluciones. Una, los ministros disconformes con la decisión del gobierno del que forman parte dimiten y lo abandonan porque no están de acuerdo. Dos, el presidente del gobierno cesa inmediatamente a esos ministros que critican sus decisiones. Hasta el momento no ha ocurrido ni lo uno ni lo otro. En política, más allá de divergencias o enfrentamientos en posiciones encontradas que se dan en un gobierno cuando es de coalición y no se comparten determinados planteamientos, hace falta tener un mínimo de dignidad cuando se llega a situaciones como las que estamos viendo. No se puede mantener un gobierno a toda costa, cayendo en situaciones que difícilmente encuentran explicación, salvo que el objetivo sea mantenerse en el poder a toda costa.
Estamos viviendo tiempos difíciles y siendo testigos de cosas que resultarían difíciles de imaginar hace sólo unos años y no exclusivamente por la invasión de Putin a un país soberano en Europa, sino por ciertas actitudes en nuestro propio gobierno.
(Publicada en ABC Córdoba el viernes 11 de marzo de 2022 en esta dirección)